domingo, 7 de dezembro de 2008

MAYO DEL 68 CONTADO A LOS NINÕS















Contribución a la crítica de la in-inteligencia organizada (1988)1



Jean-Franklin Narodetzki (alias Narot)*

Cualquiera que se proponga referirse a mayo-junio del 68 sin rendir los debidos tributos a alguno de los tropos de la anulación retroactiva o de la desfiguración se expone hoy día al chantaje (¿postmoderno?) a la nostalgia o a la ridiculez extemporánea. Así las cosas, aquellos que, a pesar de todo, se animen a emprender tal exploración tendrán que fiarse únicamente “de la sola virtud de la numeración decimal2”, que resucita el 68 cada diez años para ofrecer a los comentarios discordantes cierto espacio mediático.
Lo que aburre es que en estos periodos de aniversarios pre-estivales el espacio en cuestión (donde uno debe coger sitio con mucha antelación) se encuentra saturado. Saturado por una producción de textos pletórica en la que en vano buscaríamos el más mínimo rigor y a cuyos autores pediríamos sin éxito que respeten los más evidentes criterios de honestidad intelectual o que apliquen las reglas más elementales del ejercicio del conocimiento y de la teorización. Inútil sería, por ejemplo, esperar de la mayoría de estos comentadores que se limiten a esbozar la sombra de la relación entre aquello que eran o hacían en aquella época, lo que son o hacen en el presente y aquello que dicen hoy a propósito del 68. Cada uno parte de su pacotilla interpretativa indeterminada, sin posición de enunciación ni referencia más allá de la aptitud de su propio genio charlatán para rendir cuentas de aquello que domina de antemano. Si es preciso se repite lo mismo de diez años atrás: la pedantería no se toma ya la molestia de vestirse antes de salir a la calle3.
Al parecer el objeto de investigación es bastante soluble en la fanfarronería, ya sea ésta malintencionada o simplemente incompetente, así que termina desapareciendo en ella. Lo único que queda de él es un patchwork informe y auto-referencial de “puntos de vista” intercambiables, donde yo desafío a todo aquel que no participó activamente en el movimiento a tratar de entender cualquier cosa en el presente. Para reproducir algo de lo que fue el 68, para reencontrarse con él, no sirve de nada ponerse a acondicionar [el sentido de “faire le menaje” es limpiar e ordena] espacios teóricos en medio de un magma informe; más bien se trata de abrirse camino en la vegetación a golpe de machete.
Esa es la razón por la que he decidido plasmar aquí, a modo de pórtico a cualquier reflexión sobre aquel periodo, el examen de dos cuestiones que a mi entender hay que tener en cuenta si se pretende cierta legibilidad del acontecimiento. La primera hace referencia a las funciones que cumplen los relatos, crónicas, “estudios” o “análisis” del 68 de los que hablaba hace un momento y que se diría están destinados a niños idiotas. En segundo lugar, habría que abordar una cuestión, difícil pero indispensable, que podríamos llamar de método: ¿qué principios o criterios podrían guiar la investigación sobre aquel periodo? Aunque no estoy seguro de si tendré éxito, voy a tratar de abordar ambas cuestiones. Para no caer víctima de mi propia crítica, empezaré por decir cuáles eran mis colores: estudiante (de filosofía) en Nanterre a partir de noviembre de 1966, formé parte del Movimiento 22 de Marzo desde el momento de su creación hasta su disolución[la “disolución” fue decidida por el gobierno ! Melhor hablar de fin o de final]: un lugar de “observación” que, como no podría ser de otra forma, incide en la realización de mi propósito.

1 Funciones del discurso sobre el 68

1.1 ¿Exorcismo o congelación?



En un artículo corto aparecido en Le Monde el pasado 17 de mayo he utilizado la palabra exorcismo para referirme a las evocaciones actuales del 68. Por supuesto, se trata de un término que peca de impreciso, toda vez que lo único que exorcizamos es el gozo que nos posee o que tememos va a volver a poseernos. Ahora bien, si tal era el caso hacía diez años[1978], lo cierto es que ya no estamos ahí: el espectro del 68 no da hoy miedo a mucha gente, tanto es así que ya ni siquiera hay espectro que valga ni deseo [No hablo de deseo de reprimir, pero del deseo (revolucionario) a ser reprimido, que el poder quieria reprimir]de reprimirlo, sino tan sólo un esqueleto y algunos archivos. Claude Lefort tiene razón cuando escribe que “veinte años después conmemoramos la nada”4. Aún hay que añadir que esta reducción a la nada no se ha hecho sola, sino al hilo de un relato obstinadamente dirigido hacia la anulación por la insignificancia o hacia la devaluación por el desprecio (la crónica televisiva sacada del Who’s Who de Hamon-Rotman es en este sentido ejemplar). Si lo pensamos un instante (y con circunspección, ya que, a diferencia de numerosos analistas, yo desconfío por encima de todo de la exploración de los conceptos más allá de su esfera de validez), veremos que esta manera de relatar parece estar muy próxima (no digo que se asimile) a la actividad del sueño, de la que podríamos mostrar que retoma los cuatro mecanismos de deformación, a saber: 1) la condensación (un nombre, una “personalidad”, contiene, representa, reabsorbe una multitud de actores, sus actos y su pensamiento); 2) el desplazamiento (sustitución de las cuestiones planteadas en Mayo del 68 por problemáticas secundarias o heterogéneas; confección de seudo-responsables del movimiento escogidos preferentemente de entre aquellos que lo combatían, eran periféricos al mismo o simplemente anodinos); 3) la figurabilidad (preponderancia de las imágenes sobre la conceptualización y el análisis, pero también re-codificación del 68 mediante toda una batería de referencias imaginarias contemporáneas recurrentes: lo “retro”, el “idealismo- generoso-pero-naïf”, la “violencia”, la “moda”, el “individualismo”, la “comunicación”, etc); y, por último, 4) la elaboración secundaria (reescritura lineal de los “acontecimientos”, imputaciones causales hechas con demasiada naturalidad, reducción a finalidades reivindicativas, una clara conciencia postulada de los actos y de las apuestas de entonces, positivaciones múltiples, coherencia fáctica, integración en el orden de la política, inteligibilidad globalmente dominada).
En todo caso (y es precisamente aquí donde la comparación con la acción de soñar es más oportuna[Yo quise decir que aquí, la comparación deja de ser pertinente]), el hecho es que esta manera de relatar, incluso si la inconsistencia de su contenido manifiesto quizás no deba ser tomada al pie de la letra, se salda con un vaciamiento sustancial y general de lo que constituye “el objeto” del 68 (un efecto por lo demás buscado). Ni siquiera se trata ya de volver a interpretar la “ceremonia del entierro4”, sino de desenterrar un cadáver para asegurarse de que está bien muerto: se le pueden meter los dedos en los agujeros o exhibirlo en una jaula, verán que no dirá ni pío. Por lo tanto, más que de exorcismo (procedimiento todavía celebrado hace diez años) ahora habría que hablar de verificación tranquilizante fobio[¿o fobico?-obsesiva o, de manera más pertinente, de criogenización, con campana de vidrio para el sonido y la luz decenales y cerrada con dos vueltas, pues nunca se sabe –o mejor: “ya lo sabemos pero aún así…”

1. 2 Fijación y apropiación, o el discreto encanto de los leninistas

En la segunda parte del texto volveré sobre el papel jugado hace veinte años por los jefes de los grupúsculos leninistas; ahora me centraré en el lugar que ocupan hoy día en la referida operación narrativa.
Con raras excepciones (protagonistas-pretexto solicitados puntualmente para pronunciar algunas palabras sin importancia; Daniel Cohn-Bendit es requerido porque desde hace veinte años interpreta el papel ridículo de condensador-vedette), la aplastante mayoría de los comediantes encargados de animar la conmemoración eran por entonces (dos o tres fósiles lo son aún) de obediencia leninista (trotskistas o maoístas, luego de una larga inmersión en el estalinismo estudiantil versión UEC [¿No seria necesario poner una nota : Union des Etudiants Communistes?].
Ahora bien, ocurre que estas gentes son las que están peor situadas para disertar sobre un movimiento que se distinguió, precisamente, por su ruptura con todo aquello que definía tanto las prácticas organizativas leninistas como sus concepciones políticas. Un movimiento cuyo eje fue el rechazo y la crítica de los poderes económico-políticos o tecno-burocráticos se ve hoy representado por aquellos que entonces encarnaban la dominación absoluta de un partido y un Estado sobre la sociedad civil: “dictadura del proletariado” para los íntimos, que los unos no dejaron de apoyar bajo las égidas asesinas de sus versiones china, albanesa y luego camboyana, mientras los otros la deseaban tal y como el célebre inventor de la militarización del trabajo y promotor de los primeros campos “soviéticos” les había enseñado. Un movimiento que los sargentos-reclutadores se emplearon a fondo (en vano) en denunciar por su “espontaneísmo”, su pretendida “desorganización” imputable a los libertarios, o mediante el calificativo de “revuelta pequeño-burguesa”, antes de descubrir un enésimo “ensayo general” allí donde sus primos más exóticos habían tenido alucinaciones con arrozales vietnamitas.
Si el potencial subversivo del movimiento en cuestión radicaba en su incontrolable extensión, en sus erupciones imprevisibles, en su desarrollo proteiforme, irreductible a ningún marco, circunscripción, localización organizativa cualquiera; si el peligro que representaba para la sociedad instituida consistía en la reacción en cadena del rechazo y la inventiva crítica comunicándose de boca en boca hasta colmar una parte considerable del espacio social, escapando no sólo al dominio de las influencias institucionales sino también a las [se trata del dominio (de los protagonistas mismos à a el]de los mismos protagonistas, está claro que la identificación del movimiento con algunos pseudo-líderes, su fijación en los límites de la jurisdicción de estos constituye ya un dispositivo de control, un procedimiento de refreno, léase de neutralización. Lo dicho es válido en términos generales, independientemente de cuáles sean los “representantes” elegidos para desempeñar esta tarea tan necesaria para mantener los conflictos en los límites tolerables por el sistema: así nacen los “interlocutores válidos” para la negociación. La rarefacción de tales “intelocutores” en el 68 (aquellos que, a la manera de A. Geismar, han querido cumplir esta función han hecho básicamente el ridículo, ya que nunca dispusieron de ningún poder efectivo) ha contribuido en no poca medida a la intranquilidad del Estado.
Por lo tanto, no hay que sorprenderse de que llegaran de pronto, en el momento y más aún diez o veinte años después, candidatos para la apropiación de Mayo. Lo que sí habría que preguntarse es por qué han de ser ellos, antes que otros, los que obtengan hoy el monopolio de la palabra en el espacio mediático de la conmemoración. El motivo hay que buscarlo en algunos de los rasgos que los distinguen y que de alguna manera los predestinaban a convertirse en los que son:
· Gente de poder fueron (algunos en la universidad, otros en un grupúsculo donde ejercían el arte de la manipulación de los militantes, etc.) y gente de poder siguen siendo hoy. Esos, y no los “sesentayochistas”, como se suele decir, son los que han “triunfado”, los que se han convertido en privilegiados o en dominadores, porque ya lo eran. Los interlocutores válidos simplemente han conservado o bien desarrollado su posición de enunciación, su función representativa y su capital de reconocimiento oficial.
· Son la viva demostración de la vanidad del 68. Ya sea porque, arrepentidos, denuncien sus propios errores de juventud identificándolos con los errores del movimiento (es el caso más frecuente), exhibiendo su adhesión de prosélitos al orden social moderno/postmoderno,[sin coma] humano y democrático, o ya sea por su condición de leninistas perseverantes, lo cierto es que poseen al menos tres virtudes explotables. La primera pertenece a la categoría de la farsa: todo el mundo (¿menos ellos? No es seguro) sabe que el modelo bolchevique es perfectamente inadecuado a la hora de dar forma a cualquier proceso revolucionario en nuestras comarcas neocapitalistas, pero dejar a sus partidarios desatinar públicamente de esa manera es una crueldad bien calculada. La segunda de sus virtudes explotables no tiene más misterio que la primera: por sus afinidades con diversos totalitarismos, estas gentes siguen siendo, a pesar de su conversión al estilo “cool”, realmente repugnantes. Son además la encarnación, desde hace ya varios lustros, del fracaso de las revoluciones (empezando por el 68, cuyo reflujo marca el alba de su efímera prosperidad), de la desviación estatista-policíaca, sistemáticamente presentada por nuestros “demócratas” como declive fatal, una idea a fin de cuentas bien anclada en la población. La tercera, en fin, sólo contradice en apariencia las dos virtudes precedentes: esta gente está verdaderamente en su salsa en esta sociedad. A pesar de todo lo que les enfrenta a la “sociedad burguesa”, coinciden con ella en cuestiones tan cruciales como son el mantenimiento del poder del Estado, la división entre dirigentes y ejecutantes, el trabajo a la fuerza o asalariado. Más vale, en suma, escuchar a estas gentes serias y bien domiciliadas, antes que a cualquier disidente político con la rabia todavía dentro.

En todos estos casos nos encontramos ante actores presuntuosos convertidos en marionetas sin saberlo. El problema, sin embargo, es que el movimiento en su conjunto, al que se ha identificado con estas figuras, se ve afectado por la descalificación de que se han hecho merecedoras. Una descalificación que, por otra parte, participa de la actual descalificación generalizada de los contenidos políticos, de los que estas figuras representan, a su escala, la irrisión.


1.3 ¿Racionalización política o devaluación de la política[si es posible en español, no se trata de la politica, pero de el politico]?



Este último punto me ha llevado a reconsiderar un afirmación que hice en 1978 6 sobre la función de codificación política, la reabsorción en el orden de lo político asegurada por aquella primera conmemoración. Si bien se trataba de un juicio pertinente hace diez años, hoy día induce un poco a error. No es que la operación de reducción del movimiento a fines y formas compatibles o congruentes con la organización sociopolítica (objetivos reivindicativos, “contestación” negociable, representación, etc.) haya perdido su validez: se trata de una especie de adquisición implícita, encubierta, del discurso del 68. Sin embargo, el eje de dicho discurso se encuentra ya en otra parte.
Del mismo modo que no hay ya gran cosa que exorcizar tampoco hay ya nada que afrontar, nada que desear[querer] ni que promover. La conmemoración consuma, en su sector particular, la anulación de lo político, exhibe la disolución de sus apuestas y apuestas[¿duas veces apuestas?] . De lo que se trata es de demostrar lo irrisorio de toda conflictualidad, la descalificación del ethos crítico, su arcaísmo carente de la más mínima pertinencia contemporánea. El discurso sobre el 68 aparece en adelante como un momento y un operador de devaluación global, no sólo en lo tocante a la esfera de la política especializada, sino del orden mismo de lo político, vaciado en su dimensión de escena que permite plantear las cuestiones relativas a las modalidades del estar-juntos, en tanto que problemática de la relación social, en tanto que posibilidad virtualmente ilimitada de cuestionar su textura y su porvenir. Todas estas cuestiones han dejado de plantearse: escuchen si no cómo son de discordantes, apenas audibles, de qué manera han pasado a pertenecer a lo pintoresco arcaico, en el mismo saco que la voz gangosa del locutor de las Actualités Gaumont; todo aquello hace sonreír y pronto hará bostezar. Este es el tono general de las emisiones y de la mayor parte de los textos -que a ratos incitan a la risa boba y siempre son imperturbablemente “cool”- que nos hablan de una agitación febril y vana, sin motivos ni resultados –much ado about nothing- incapaz de ser nada más que el objeto de una narración confusa, distraída y vagamente perpleja –de una perplejidad a la medida del pintoresco curiosum histórico (o más bien exótico, ya que la Historia como tal ya no existe); eso, queridos teleespectadores, es lo que se ofrece a vuestros ojos. Se ha terminado todo aquello del proletariado como sujeto de la Historia, como todo el mundo sabe. Y más allá de eso, ha muerto también esa idea absurda de que los hombres habrían de propiciar las condiciones que les permitieran gestionar sus asuntos ellos mismos y de manera colectiva. “No es un buen plan”, como dicen los robots. Desertificación y deserción de la escena histórica, fin del destino del que hay que apropiarse colectivamente, nada más ya que la identidad ensimismada y para siempre imperturbable de una época que ha evacuado hasta la idea de discontinuidad (a excepción de aquella que lo separa de lo “arcaico”) para contemplarse a sí misma en un presente definitivo.
Lo esencial, por lo tanto, no consiste tanto en rebajar las coordenadas de la política sobre el 68 como de expurgarlas de toda valencia histórica; reducirlas a una mera rúbrica de los acontecimientos o, para ser más precisos, condenarlas al registro de la pequeña ficción: relevantes no ya para la lógica histórica de la restitución –donde las cuestiones del sentido y de la verdad podían aún ser planteadas-, sino para la lógica audiovisual del montaje, donde el relato ha sido reemplazado por un videoclip.
Así es como en el espacio de una década la conmemoración del 68 ha pasado, de desempeñar la primera de las funciones antes descritas, a la segunda.

2 Elementos de análisis

A continuación expondré una mezcla, muy imperfecta, de recuerdos, de argumentos y de postulados destinada a ofrecer algunos puntos de referencia para el estudio de mayo-junio del 68. He tratado de aportar lo que a mis ojos constituye el minimum criteriológico requerido para escapar al sincretismo y a los contrasentidos más frecuentes cuando se trata de abordar ese periodo.

2.1 La noción de movimiento

La he utilizado porque evoca más que otras, en razón de su parte de imprecisión, la actividad multiforme y transversal a todos los sectores de la vida social que caracterizó a mayo y junio del 68. La idea de “movimiento” está también imbuida de una cierta imprecisión temporal. En este sentido constituye una invitación a no disociar aquellos dos meses de los que les siguieron (luchas feministas y de minorías, antipsiquiatría, tentativas comunitarias, contracultura, ecología, regionalismos, etc.) ni tampoco de sus propios comienzos.
El término es igualmente adecuado para designar lo que fue un conjunto de componentes heteróclitos cuya convergencia vino a erosionar ampliamente las particularidades irreconciliables. En ese sentido, el Movimiento 22 de Marzo es sin duda ejemplar, al haber llevado a cabo, aunque fuera momentáneamente, la superación de los antagonismos grupusculares y, más aún, una relativa descomposición de ese tipo de idiosincrasias, la mayor parte de las veces por vía de una radicalización (casi todos los leninistas que participaron en el movimiento fueron rápidamente ganados para la democracia directa, a excepción de algunos como S. July o A. Geismar, demasiado ligados a procedimientos burocráticos que al final lograron reimplantar, si bien no antes del declive general y siempre entre bastidores).
El Movimiento 22 de Marzo (que, por otra parte, no se dejaba reducir a un simple melting pot grupuscular e incluía a muchos “desorganizados”) fue un caso paradigmático de una práctica que supera el marco de toda organización o reagrupación particular, desarrollándose no sólo bajo la forma auto-organizativa de los Comités de Acción (que a fines de Mayo se contaban por medio millar), sino también bajo la de múltiples iniciativas micro-grupales y hasta individuales, o por la participación masiva en el debate abierto sobre el orden del mundo. Lo que viene a indicar el término “movimiento” es este conjunto no cuantificable, sin límites espaciales exactamente asignables.

2.2 El papel de los leninistas

Para terminar con los efectos interpretativos de la impostura querría hacer algunas precisiones, que subrayo con una pesadez proporcional a la insistencia de aquélla.
Maoístas y toskistas (y, entre estos últimos, los “lambertistas” del C.L.E.R./F.E.R./O.C.I. ni siquiera merecen ser tenidos en cuenta, habiéndose autoexcluido de un movimiento que ellos juzgaban reaccionario para, con el fin “de no alejarse de la clase obrera”, encerrarse en su cuartel, del que no habrían ya de salir más que para tratar de dispersar manifestantes y desmontar barricadas [8 y 10 de mayo] y denunciar su “aventurismo”) no “hicieron” Mayo del 68, sino que fueron sus adversarios, lo combatieron.
Fueron, como digo, sus adversarios. Porque su concepción y su práctica organizativa, su ideología y sus fines políticos coincidían íntegramente con todo aquello que el movimiento rechazaba, a saber: jerarquía y división dirigentes/ejecutantes; retención de información; ethos disciplinario; temporalidad disuasiva (frente a la exigencia del “aquí y ahora” específico del movimiento, ellos oponían un aplazamiento indefinido: “condiciones objetivas” y “conciencia de las masas” aún no “maduras”, espera de las directrices, la lentitud del “trabajo político”, perspectivas de “transición”, escalones programáticos…); el centralismo, el electoralismo de algunos, el estatismo de todos (por no hablar de la tesis maoísta del “revisionismo”, del[es el, no “del”] análisis trotskista, botánico o zoológico, de la estructura de la URSS en términos de casta “parásita” o de “degeneración”, que preservaba la ficción de un Estado, a pesar de todo, “obrero” en sus “bases”, todo lo cual llevaría a un Krivine a pedir el voto para el P.C. a fines de Mayo); totalitarismo (apoyo por parte de los maoístas a los peores poderes de tipo estaliniano: China, R.D.V.N., Albania, Camboya, por no hablar de la URSS anterior a 1956; apoyo que en ocasiones venía también de los trotskistas, si bien de manera menos incondicional: R.D.V.N., Cuba, sin olvidar, en ellos tampoco, una afiliación bolchevique bastante cargada de crímenes de Estado); obrerismo; crítica limitada del capitalismo y “proyectos de sociedad” que recogían en consecuencia elementos fundamentales del orden económico-político.
Maoístas y trotskistas combatieron Mayo del 68. Porque los mejores situados de entre ellos fueron negociadores autoproclamados. Porque el 16 de mayo por la tarde, en Nanterre, se opusieron a la difusión de un llamamiento a la ocupación de las fábricas y a la formación de consejos obreros que emanara del Comité de Ocupación de la Sorbona, con el argumento de que “ellos no tenían órdenes que dar a los obreros”, cuando todos sabían que, en Nantes, la empresa Sud-Aviation llevaba dos días ocupada y el movimiento comenzaba a extenderse (N.M.P.P. en París, Renault en Cléon). Porque, de principio a fin, no tuvieron otra idea ni estrategia que aquella –tan desafortunada- de asumir la dirección7 de una revuelta que rechazaba a todos los dirigentes y de imponer la forma-partido a un movimiento que constituía su negación en actos8. Porque, ya desde los primeros signos de reflujo que les permitieron acceder a una posición dominante y hacer reinar la lengua de madera militante, pusieron todo su empeño en desacreditar el movimiento, manejando la calumnia y la mentira9. Porque el 24 de mayo, mientras la Bolsa era incendiada, mientras París estaba en manos de los manifestantes, un responsable de la J.C.R. arengaba a las masas en Opéra[se trata de la plaza de Opéra] para que se replegasen al Barrio Latino (al tiempo que el servicio de orden de la U.N.E.F. y del P.S.U. impedía la toma de los ministerios de finanzas y de justicia10). Porque ellos mismos dieron la medida de sus ambiciones cuando apoyaron el 27 de mayo en Charléty el primer entierro político del movimiento, al negociar al día siguiente con los jefes maoístas la suerte de este último. Porque, incorregibles aleccionadores, jamás fueron capaces de concebir un movimiento de masas que no fuera maniobrable, apropiable, razón por la cual se opusieron siempre que tuvieron ocasión a toda iniciativa que escapara a su control. Porque frente a la autonomía y a la autogestión de las luchas que se desarrollaban no supieron proponer más que la consigna hipócritamente servil de “servir al pueblo”, o bien directamente su adoctrinamiento para regentarlo mejor. Porque, en fin, no fueron ni los promotores ni los orientadores del movimiento, sino sus restos, el resultado de su derrota, los hongos sobre su cadáver.
Entiéndaseme bien: no estoy diciendo que hayan estado fuera de la escena o inactivos. Todo lo contrario, jugaron un papel eminente: fueron los adversarios más inmediatos del desarrollo autónomo de las luchas, precisamente en razón de su presencia. Cuerpo extraño interno (por emplear una expresión psicoanalítica), los leninistas se repartían entre un núcleo dogmático, inmutable y abiertamente hostil a lo que estaba pasando, compuesto por los principales dirigentes y sus subordinados, y una tropa englobada en distintos grados por el movimiento, dividida en una fracción de emisarios enviados para controlarlo o desviarlo (aunque sus intentos de confiscación fueron infructuosos, en ocasiones sí tuvieron éxito a la hora de ejercer una influencia puntual) y un resto metabolizado por el movimiento, parte integrante y efectiva de todo lo que se hacía, pero al precio, si no de su identidad política, sí al menos del abandono de una parte considerable de las prácticas leninistas (esto es lo que se produjo en casi todos los que integraron el Movimiento 22 de Marzo).
Todo esto equivale a decir que cualquier abordaje que se haga de aquel periodo deberá sortear o reconstruir la versión de los hechos que todavía hoy los antiguos integrantes de al menos los dos círculos antes referidos se resisten a abandonar –ya se cuenten en la actualidad entre los convertidos al P.S. y/o al modelo japonés, o bien entre los herederos de Lenin. Ni los unos ni los otros son capaces de pensar el 68 más que como retro-proyección de los esquemas interpretativos de los que se servían ya entonces, ya sea porque en veinte años no los han cambiado un ápice, o ya porque, de alguna manera, la fe abjurada se abre camino bajo la religión nueva.[Aquí falta una frase e una nota, pero quizá no es indispensable].


3 Naturaleza y especificidades del movimiento




3.1 Política y antipolítica

No comprenderemos nada del 68 mientras dejemos de lado la articulación dinámica de estos dos polos. Es cierto que el movimiento fue eminentemente político, pero sólo si con esta palabra evocamos aquellas modalidades de organización de una colectividad que abarquen las cuestiones del estatuto del poder y de la decisión, de las formas de su gestión y de su regulación y, en fin, de la relación que esta colectividad tenga con su propio devenir (devenir que se supone dirigido por la Revolución). Si es patente que mayo y junio del 68 contenían elementos tan heteróclitos como contradictorios (del radicalismo al reformismo más plano, absurdos y anacronismos, algo de genio también…), también es posible localizar las preponderancias, despejar las líneas de fuerza y distinguir lo esencial de lo aleatorio o insignificante, pues no todo lo que subió al escenario por aquel entonces formaba parte ipso facto del movimiento (a menos que queramos incluir en él a las Comités en defensa de la República y al PCF). Ahora bien, si existe algo que permite delimitar el movimiento, y que los ideólogos contemporáneos se obstinan en ignorar, silenciar o desfigurar, es sin lugar a dudas la democracia directa que supo poner en acción y, casi siempre, hacer respetar.
El “sentido” del 68 o su significación central no debe buscarse en otro sitio que en la autonomía práctica realizada y organizada (aunque fuera de manera insuficiente) antes y durante aquellos dos meses. Autonomía colectiva, se entiende, en la que gente de todo tipo, en común, se disponía a cuestionar y a hacerse cargo de sus condiciones de actividad y de existencia, de intervención y de reflexión, al hilo de discusiones incesantes en los lugares más insospechados. “Resolvamos nuestros asuntos nosotros mismos” fue algo más que un eslogan de enragés; asimilado de forma desigual por los protagonistas, de manera a menudo independiente de su “conciencia política”, aquella consigna fue la sustancia de su actividad o, por lo menos, aquello hacia lo que dicha actividad aspiraba en términos generales. Por muy minoritaria que fuera a escala nacional, lo cierto es que una multitud de individuos que la víspera antes habían estado atomizados venía de pronto a plantear públicamente, en un estilo que desde luego no era siempre el de la gran Teoría, las cuestiones relativas al hecho de ser el sujeto de la propia historia y comenzaban hic et nunc a construir algunas de sus condiciones de posibilidad, no ya de un intervalo o de una recreación, ni en beneficio de una categoría social particular, sino de un objetivo universalizable y destinado a serlo. Y ello a pesar de que las consignas o la conciencia estuvieran lejos de dicho objetivo.
Ahora bien, si las palabras tienen aún un sentido –a pesar de las teorías del vacío-, lo que comportaba el rechazo (más que por su formulación expresa, por vía de sus efectos y de manera implícita) de las distintas servidumbres económico-políticas (empezando por el hecho de tenerse uno que pasar la vida “ganándosela”) era la crítica radical de una sociedad heterónoma, explotadora y estatalista. Si no me equivoco, es lo mismo que, desde hace ya tiempo (un siglo y medio nada menos), se inscribe generalmente en el haber de las empresas revolucionarias y en la génesis de los procesos que merecen ese nombre. El hecho de que el tan esperado actor principal, la clase obrera, no fuera esta vez y por lo general (exceptuando ciertos sectores radicalizados) más que –por tomar una expresión de Cornelius Castoriadis11- la “pesada retaguardia” del movimiento no le quita nada de su carácter subversivo a aquella praxis, la cual no puede definirse más que como crítica de la política, una crítica concreta y en parte positiva. Concreta en la medida en que está traducida en actos, y positiva porque no se limita a la denuncia sino que inventa formas de actividad que apuntan al[la idea es : que realizan este fin] fin de la representación, de la división entre dirigentes y subordinados, de la retención del saber y de la información como[No se trata de “la información como principio d poder…”, pero destas formas de actividad que destruyen el principio de un poder exterior] principio de un poder exterior a la colectividad que se ejerce sobre ella. Una práctica política, en consecuencia, antipolítica. Además, el movimiento fue antipolítico por otras vías.
Coexistiendo con la lógica de la crítica y del enfrentamiento y, en una palabra, con la lógica del conflicto, se desplegaba una dinámica distinta aunque paralela y solidaria con la anterior, una dinámica hecha de transgresiones y defecciones antes que de “oposición” propiamente dicha, de indiferencia hacia el adversario antes que de choque frontal. No se trata sólo del hecho tantas veces señalado de los manifestantes que ignoran la Asamblea Nacional; es el desprecio mismo con el que fueron tratados muchos intermediarios e instituciones, empezando por el principal sindicato estudiantil. Ocurría que tales intermediarios hablaban y las instituciones seguían funcionando como en el vacío, ajenas ya a la convicción y a la participación de las gentes, que deliberaban, decidían y actuaban como si todo aquello hubiese dejado de existir. También ahí residía la singularidad y a menudo la fuerza del movimiento: éste no fue simplemente un sumario táctico de desvelamiento de la represión, sino que supo producir aquello que no puede ser respondido y que, al contrario que la “oposición”, que es siempre negociable, constituye una lógica de ruptura por el hecho consumado: no es que se reclamase la convivencia mixta o la libre circulación en las ciudades universitarias, sino que se realizaban sin demora; al igual que no se entraba en los grupúsculos, partidos o sindicatos para transformarlos, sino que se actuaba fuera de ellos y a pesar de ellos; no se pedía el derecho a la palabra, sino que simplemente se tomaba; etc.



3.2. A propósito de la estrategia

La falta de estrategia del movimiento era patente. Esta fue una de las causas del “fracaso”. Sin embargo, a un nivel más reflexivo, esta falta de estrategia podría revelar un sentido menos sombrío, que tiene que ver más con el clima de aquellas jornadas, tan difícil de reproducir, que con el inventario de sus contenidos.
Es preciso recordarlo: muy pronto –bastante antes de mayo en el caso de los estudiantes de Nanterre12- fuimos absorbidos por una especie de torbellino donde la aceleración inaudita del tiempo nos confrontaba cada día con la estupefacción de descubrir que los efectos de nuestros actos, tan diversos como instantáneos, superaban infinitamente los resultados previsibles. Todo se agrietaba como por reacción en cadena. Poderes a los que una hora antes habíamos[¡Nunca fue nosotros, pero “on”, la gente!] dirigido con humildad nuestras peticiones se atemorizaban y se plegaban ante la menor amenaza, todo el poder de una realidad adversa se desinflaba de golpe como un globo, una iniciativa local encontraba en cien lugares un eco improvisado, como si el espacio mismo se hubiera él también agrupado. Ante nuestros ojos se abría, en efecto, un vacío, al ritmo de una película en cámara rápida, y creo que no traiciono lo que bastantes de nosotros vivimos al evocar la mezcla de perplejidad [¿sidération = perplejidad? Creo que no]y fascinación que aquello suscitaba. También de alegría, por supuesto. El goce de nuestra fuerza, que de pronto se nos antojaba inmensa, pero al mismo tiempo una especie de incredulidad, día a día renovada a golpe de sorpresas. De ahí la dimensión festiva, la extrema intensidad de aquellas semanas y su atmósfera extraña que no deja de recordar a la de los sueños, cuando el presente dilatado de la realización del deseo se infiltra en su escena manifiesta.
La embriaguez no era siempre lúcida y el significado de todo lo que estaba pasando, incluido el sentido y las consecuencias de nuestros propios actos, aparecían a menudo a posteriori en este clima de exaltación y de agotamiento que más de una vez nublaron la inteligencia de la situación. Pero no cometamos el error de desconocer el valor inherente a aquel clima y a aquella ceguera considerándolos sólo en sus aspectos negativos, en tanto que insuficiencia del movimiento, debilidad histórica o incapacidad estratégica de consecuencias desastrosas. Fueron todo aquello, pero también el signo de algo más. No es solo que semejantes condiciones fueran poco propicias tanto al distanciamiento como a la fría reflexión o, según una trivialidad más perniciosa, que el acto se opusiera al pensamiento; lo que ocurría es que por debajo de la dialéctica agonística cuyo cometido es considerar los medios y los fines, evaluar la relación de fuerzas, medir los riesgos, elaborar una continuidad de operaciones, por debajo de esa racionalidad económico-guerrera corría una dinámica que no podía ser integrada en estrategia alguna y que más bien las deshacía a todas.
Seguramente esto sea algo que podremos apreciar en bastantes revueltas y que, en efecto, se parece a la fiesta en la medida en que pertenece al orden del derroche y de la pérdida, en las antípodas de la acumulación estratégica de las ganancias o de su abandono calculado, en el nadir de la autoconservación de la que toda estrategia es partícipe. Derrocharse sin cálculo en la acción, febrilmente y hasta la extinción de sus fuerzas, lanzarse al peligro, correr de un enfrentamiento a otro a lo largo de los días y las noches, entre dos “A.G.” y dos camas, mantenerse siempre disponible para el exceso, alimentar la intensidad con constancia, todo aquello vino a veces a eclipsar las preocupaciones en torno a la eficacia y a la obtención de resultados. Esta lógica no era la de un devenir-sujeto ni la de las perspectivas del futuro; era la lógica de la inmediatez (“aquí y ahora”, sin esperar al proletariado) y del consumo gozoso de uno mismo en la relación cambiante con los demás y la destrucción desenvuelta de las cosas, convertidas de pronto en nada. (A todos los que probaron aquello, que yo calificaría de “experiencia límite” –si no temiera forzar el pensamiento de Maurice Blanchot- les queda hoy el recuerdo de una inmensa felicidad).
Se trataba por lo tanto de una lógica concurrente que no dejaba de influir en el curso de los “acontecimientos”, pero que tampoco llegaba a suplantar del todo a la lógica del conflicto, a la cual seguía como si fuera su sombra[e su poco consciente negativo. Y nos equivocaríamos si dedujésemos de su poco consciente efecto negativo [No se trata de efecto negativo, se trata do negativo (como el de una foto) de la lógica del conflicto, de una lógica contraria à Y nos equivocariamos se dedujésemos de esto una ideia...] una idea, por lo demás ya difundida, de ausencia de proyecto o de indiferencia del movimiento con respecto a la cuestión del poder.
Por el hecho de no haber tomado ni pretendido tomar el poder, exaltado por ese “realismo de nuevo cuño” (Claude Lefort), se considera al del 68 un movimiento “sin finalidad”, sin visión de futuro ni objetivo de sociedad por construir (G. Lipovetsky). Al parecer, las consignas del tipo “el poder para los trabajadores” o “poder de los consejos obreros” no se dejaron oír jamás en las manifestaciones ni aparecieron en las octavillas ni en los carteles. Al parecer, esas consignas no implicaban en sí mismas transformación social alguna, como tampoco el cuestionamiento generalizado de las instituciones, desde la universidad al parlamentarismo, implicaba nada en términos de la posibilidad y la idea de un orden social diferente. Al parecer, el rechazo a embarcarse en un proyecto de toma del poder no equivalía a un rechazo del poder del Estado ni provenía de un tal rechazo. Hace falta aún más obstinación en la ceguera o la mala fe para no entender que la democracia directa y la autoorganización, cuando se realizaron y allí donde tuvieron lugar, constituían ya en sí el comienzo de una transformación y el bosquejo de una organización social diferente. Pero dejemos eso.
En Mayo del 68 se trataba de una temporalidad propia, hecha de aceleraciones repentinas, de efectos inmediatos (sin mediación y sin dilaciones), de cortocircuitos y de rupturas, de simultaneidades espontáneas o de sincronismos no programados, de surgimientos imprevistos y de desarrollos en espiral, que no cesaba de alcanzar y superar a los protagonistas tanto como atrapaba y superaba la temporalidad lenta de la estrategia y subvertía la temporalidad fija de las organizaciones burocráticas. Esta es la temporalidad específica que faltará siempre a las totalizaciones a posteriori de comentaristas e intérpretes, que nos presentan un desarrollo lineal. La exigencia de inmediatez torna singularmente caducas las interpretaciones del 68 en términos de “mesianismo” e incluso de “milenarismo” (¡!) (salvo que, por supuesto, entendamos que todo aquel periodo se confunde con la religión de las organizaciones izquierdistas).
De forma complementaria, estaríamos también ante un espacio específico. Dos aspectos lo distinguen.
En primer lugar, aquello que podríamos llamar su conductibilidad. El hecho de que poblaciones hasta entonces aisladas entre sí se solidarizasen las unas con las otras; la permanente y horizontal circulación de la información; que acontecimientos locales entrañaran consecuencias globales; que la agitación se propagara a pesar de las distancias y las divisiones geográficas y sociales. Generalización de un orden próximo por medio de la fluidez: el mundo se convertía en aldea menos por la gracia de los media que por la ruina de las mediaciones. Aunque la oposición centro/periferia no desapareció del todo (todo empezó en Nanterre y siguió luego en la capital, si bien eso hay que matizarlo: en enero se habían levantado los obreros de Caen y la primera huelga con ocupación tuvo lugar en Nantes el 14 de mayo), sí se vio considerablemente reducida por la autonomización rápida de las luchas en la provincia. Proximidad, en fin, en el acontecer incesante del encuentro, que atravesó y transgredió por lo general las divisiones sociales, culturales y profesionales.
Seguida y solidariamente, una deslocalización característica. No es que no se pudieran discernir actores o lugares sociales determinantes. Pero la agitación proveniente de un sector resurgía sobre el terreno en otro lugar lejano e inverosímil (“¡el fútbol para los futbolistas!”, exigían por ejemplo el 22 de mayo los que ocuparon la Federación Francesa de Fútbol). Tan imposible era confinar al movimiento en un lugar concreto[cerrado (“clos”)] como despedazarlo dándole caza en campo abierto (es lo que se intentó con el cierre de las facultades). Era imposible encuadrarlo en una organización única, inútil circunscribirlo en una esfera dirigente para decapitarlo. Tan imposible era totalizarlo como delimitarlo con precisión y certeza. El movimiento poseía su propia dispersión, deliberada y espontánea, que lo hacía inasible, y que privaba en todo caso a la represión de sus agarraderas habituales. Movimiento errático de múltiples caras, u-tópico en el sentido estricto de la palabra: sin lugar o, mejor dicho, transversal a diversos lugares y no vinculado a uno sólo, aunque sí privilegiase a algunos sobre otros. Es posible que ahí radique su principal originalidad “estratégica”.

3.3 Interpretaciones y causalidades elegidas

A continuación expondré, a título de no-conclusión, dos o tres desaciertos interpretativos antiguos y recientes, cuyo empleo se recomienda especialmente con el fin de seguir sin entender nada.
· Dialéctica. Totalización de los elementos en la unidad abstracta de la “contradicción”, que les asigna la posición, la consistencia y el mínimo infrangible de identidad en[¿o: a si?] sí requerida para que puedan ocupar un lugar y, conservándolo, jugar en el determinismo de la conflictualidad; la dialéctica objetiva así entidades-agentes, sirviéndose de sus coordenadas antitéticas para darles un fin y dotarlas indebidamente de una potencialidad agonística y de un destino subversivo: clases-lucha de clases, proletariado-negatividad. Lo esencial ha sido ya dicho13 sobre la pasividad y la inercia de la clase obrera en el 68, sobre su complacencia frente a la contrarrevolución burocrática de la “izquierda” y los sindicatos: a partir de ahí se hace difícil identificar a esa clase como un agente de la destrucción de las estructuras sociales. La noble condición de explotado no implica en sí misma una vocación revolucionaria. Pero igualmente imprudente sería intercambiar el proletariado industrial por la categoría de los “estudiantes”, más tarde de los “marginados”. De entrada, en razón de la diversidad y heterogeneidad de sus aspiraciones y porque no son –no más que cualquier otra categoría en función de su situación- unificables ni totalizables como agente-sujeto. Y además, porque el movimiento barrió de largo las delimitaciones y las territorialidades-categorías, formando alianzas –o más bien aleaciones14- inéditas entre diferentes sectores sociales. El medio estudiantil fue el origen del movimiento y el primer espacio en donde éste se despliega, pero no su residencia definitiva. Hay que tener cuidado, por lo tanto, de no aplicar el esquema unitario del Sujeto a los movimientos sociales en general ni, en particular, a un movimiento plural, nómada y de-constructor de las totalidades e identidades codificadas como fue el del 68. Lo cual no significa, evidentemente, que ésta fuera sociológicamente indeterminado; grosso modo cabría afirmar que “el núcleo de la crisis [y sólo ese núcleo] no fue la juventud en general, sino la juventud estudiantil de las universidades y los institutos, así como el sector más joven –o no esclerotizado- del cuerpo de profesores, pero también de otras categorías de intelectuales”15.
· Sociología-Ciencias Políticas. Si bien es de gran valor el proceso que sabe instruir del intelectualismo, de la abstracc En Mayo del 68 se trataba de una temporalidad propia ión y de lo arbitrario (propio de la especulación sin orillas de un cierto discurso filosófico16), su “realismo” se revela rápidamente de corto alcance, desde el momento en que se puebla de sucedáneos categoriales de las entidades precedentes, de las que recoge no el contenido sino el determinismo y el dinamismo postulados bajo el vocablo simplificador de “clase de edad” y bajo los diversos estatutos o roles que adscriben a aquellos que identifican en conjuntos homogéneos o cuando da a luz banalidades explicativas tan indigentes como “la falta de salidas profesionales”. Que al menos esto quede claro: a los estudiantes más activos en el movimiento, las “salidas profesionales” ¡les traían completamente al pairo! Su preocupación era terminar con un orden social alienante (porque así lo juzgaban ellos, no habiendo leído aún a Lacan ni a los pensadores de la cosecha de los ochenta), no encerrarse en un buen pequeño empleo de falso privilegiado y verdadero criado, cuadro medio, agente de una explotación modernizada (reléase ¿Por qué los sociólogos?17). Olvidamos demasiado deprisa que las funciones para las que la universidad prepara les repelían profundamente. No más, en todo caso, que la perspectiva de pasarse la vida en el trabajo –fuera el que fuera- o la de identificarse con una función, ni siquiera la de “consumidor”.
· Confusofía. Mucho más up to date y de moda, he aquí un Mayo del 68 promotor del individualismo contemporáneo y acelerador de la privatización de las existencias18. Mencionamos aquí rápidamente la aplicación del método Procusto, que consiste básicamente en poner a funcionar un código restringido a una media docena de conceptos (Democracia/Individualismo/Postmoderno… y sus parientes, entre los que se cuenta un “narcisismo” vaciado de su acepción freudiana rigurosa para acoger los contenidos gomosos de la psicología americana) que se difractan mutuamente en un reenvío metonímico indefinido propulsado al hilo de los objetos analizados, a los que un tratamiento similar hace perfectamente sustituibles. Detengámonos un pequeño instante en una de las claves interpretativas del 68 así producida. A la performance especular de la teoría abrazando su propio reflejo cuando cree estar aprehendiendo la esencia de sus objetos, viene a responder una temporalidad que debe más a la genética y a la fecundación que al orden histórico. La sucesión hace las veces de relación causal (aquello que está antes es causa o genitor, aquello que está después, efecto o producto). De esta manera las características de los años ochenta vieron la luz por primera vez en el 68[Yo quise decir: las características de los años ochenta eran/estaban contenidas en el 68 (no vieron la luz en el 68, mas estaban en gestación en 68] y, como quiera que esta genealogía fantástica necesita épocas dotadas de rasgos hereditarios, he aquí que en el self-service, en la elección entre cincuenta lejías o en el montaje por uno mismo de los muebles de Ikea la exigencia de autonomía se ve transmitida y cumplida.

Las páginas precedentes ofrecen, me parece a mí, suficientes motivos claros como para recusar este tipo de planteamientos. Por lo tanto, y como cierre, voy a contentarme con hacer unos comentarios sucintos.
1. Si hay un aspecto ineludible en aquellas jornadas, que ni las más malévolas de las lecturas son capaces de disimular, es la reinversión masiva de la cosa común o, en otros términos, de la relación social, de lo compartible, de la actividad de cada uno y de todos en la medida en que concierne a los asuntos y cuestiones que pueden y deben ser gestionados colectivamente. Tal reinversión no tenía nada que ver con la de la soledad acolchada e “indiferente”, sino con la de los interfaces entre lo individual y lo colectivo que todo aquel periodo y su legado se empeñaron en reunificar, desembarazándolos de su antagonismo y de sus limitaciones recíprocas, haciendo calar el uno en el otro a contrapelo de su cara a cara petrificado.
2. Ello ha dado lugar a una recomposición radical y extremadamente rápida del lazo social en torno a los dos polos del rechazo y de la creación de formas sociopolíticas y estéticas (autoorganización, comportamientos, modos de vida y de expresión), recomposición seguramente limitada en su extensión y en su duración, pero en todo caso inconcebible en ausencia de la apertura del “individuo” a su socius, su aliado.
3. Cualquiera que haya vivido aquel periodo desde otro sitio que no sea la ventana del salón sabe que estaba urdido de solidaridad, de actos de apoyo, de deliberación permanente, de comunidad en la lucha y el juego. Extrañas “individualidades narcisistas” éstas que se consumían hasta perderse en una profusión de intercambios y dones: de palabras, de informaciones, de productos, de ideas, de cuidados, de servicios, de trabajo, de herramientas, de locales y de tiempo. De manera que no es incongruente anotar en parte aquellos dos meses a cuenta de un regreso (momentáneo pero potente y bajo formas liberadas de sus lastres tradicionales) del intercambio simbólico a las comarcas de donde se lo había expulsado. O bien a cuenta de aquello que, desde los orígenes inmemoriales de la colectividad humana, se opone a la atomización “individualista” y “privatizada”.

· Texto aparecido en el número 51 de la revista Le Débat (septiembre-octubre de 1988). Reproducido en Archipiélago con la autorización de su autor.[Aquí se puede mencionar también: sobre el nome de Narot o otra formula

Traducido del francés por Álvaro García-Ormaechea



1. Juego de palabras entre “ininteligencia” e “ininteligibilidad”
2. E. Morin, en Mai 68: la brèche, obra colectiva, Fayard, 1968, reeditado por las ediciones Complexe, 1988.
3. Así, un texto escrito en 1978 por R. Debray es regurgitado en Libération el 23 de mayo de 1988.
4. “Relecture”, en Mai 68: la brèche.
5. Claude Lefort, Ibíd.
6. En Le Matin de París del 27 de mayo de 1978, a propósito de “Historia de Mayo”, la emisión televisiva de P.A. Boutang y A. Frossard.
7. Octobre, núm. 2 (marzo-abril de 1967), periódico del sector Nanterre de la J.C.R.: “Se trata de hacerse reconocer en las acciones en tanto que únicos dirigentes”. En cuanto a los maoístas, estos darían el 2 de mayo un buen indicio de sus intenciones al tratar, bajo las órdenes delirantes de R. Linhart y R. Castro, un golpe de mano militar en el campus de Nanterre.
8. Los trotskistas harán de 1968 el mimo análisis que hicieron de 1936 y 1945: si la revolución no se hizo fue porque faltaba el gran-partido-revolucionario.
9. Recordemos que según los jefes de la J.C.R./L.C.R. el fracaso de Mayo fue imputable al “espontaneísmo y a la desorganización” y, por lo tanto, a los anarquistas instigadores de una revuelta “pequeño-burguesa” incompatible con la Revolución: así es como escupía un Krivine sobre todos los micrófonos que tenía a mano (cf. episodio núm. 10 de Génération), en consonancia con los más estalinistas de entre sus rivales pro-chinos.
10. Cf. Daniel y Gabriel Cohn-Bendit, Le Gauchisme, remède à la maladie sénile du communisme, Ed. Du Senil[du Senil],1968. P.75.
11. “La révolution anticipée”, en Mai 68: la brèche.
12. En lo que respecta al periodo que precede a mayo nos referiremos al valioso trabajo de J.- P. Duteuil: Nanterre, 1965-1968: Vers le mouvement 22 mars, Ed. Acratie, 1988.
13. En particular por C. Castoriadis, op. cit., en lo que es hasta la fecha el análisis más pertinente en este sentido y que yo suscribo globalmente a pesar de algunas divergencias.
14. La palabra la emplea J. Baynac a propósito del Comité de Acción de trabajadores y estudiantes de Censier en su también muy valioso libro: Mai retrouvé, Fayard, 1978. Acuarela & A. Machado prepara actualmente la traducción española.
15. C. Castoriadis, op. cit.
16. Cf. Por ejemplo B. Lacroix “A contracorriente: la toma de partido por el realismo” en la revista Pouvoirs, núm. 39.
17. Texto firmado por D. Cohn Bendit, J.-P. Duteuil, B. Gérard y B. Granautier, difundido en Nanterre en marzo de 1968. Reproducido en J.-P. Duteuil, op. cit.
18. G. Lipovetsky, “’Changer la vie’”, ou l’irruption de l’individualisme transpolitique”, en la revista Pouvoirs, núm. 39

___________________________________________________________________





* Jean-Franklin Narodetzki participó en la creación del Movimiento 22 de Marzo, en la facultad de Nanterre (Paris X). En 1975 publicó, con su nombre de pila, El Discurso del poder (colección 10/18, n° 922). En 1976 fue condenado por la justicia francesa por su participación en la ocupación de la embajada de la URSS por parte de un grupo del movimiento Marge. Sobre el movimiento de mayo-junio de 1968 en Francia, publicó en 1988 el artículo que aquí reproducimos y, diez años más tarde, con el nombre de Narodetzki, un prefacio a un florilegio de grafitis, octavillas y canciones titulado “Mayo del 68 para uso de los menores de 20 años” (Actes Sud, Babel, colección “Revoluciones”).


Psicoanalista desde 1985, ha trabajado en el servicio de psiquiatría de hospital Koševo de Sarajevo durante el asedio de la ciudad, después de haber sido uno de los fundadores del Colectivo contra la purificación étnica y los nacionalismos. En 1999 publica Noches serbias y nieblas occidentales. Introducción a la complicidad con el genocidio (éd. L’Esprit frappeur), un conjunto de artículos sobre el apoyo prestado por la ONU y los Estados occidentales, principalmente los Estados francés e inglés, a la política genocida panserbia y su contribución a la destrucción de Bosnia-Herzegovina.
Ladillos:
“una época que ha evacuado hasta la idea de discontinuidad para contemplarse a sí misma en un presente definitivo”
“El “sentido” del 68 o su significación central no debe buscarse en otro sitio que en la autonomía práctica”
“el acontecer incesante del encuentro, que atravesó y transgredió por lo general las divisiones sociales”
“no se pedía el derecho a la palabra, sino que simplemente se tomaba”
“En Mayo del 68 se trataba de una temporalidad propia”
“El movimiento poseía su propia dispersión, deliberada y espontánea”
“el potencial subversivo del movimiento en cuestión radicaba en su incontrolable extensión”

Nenhum comentário: